viernes, 4 de septiembre de 2009

Mujeres que aman demasiado



Las mujeres tendemos a perder perspectiva al enamorarnos.
He recibido consultas de mujeres que dicen que no entiende por qué un hombre las rehuye si ella lo llama diez veces al día para decirle que lo ama. “Justamente por eso, deja de llamarlo y se acercará a ti”, les digo. Y no lo creen: “Si dejo de llamarlo, definitivamente se irá con otra”, me dicen. Y respondo: “Entonces comienza trabajando tu autoestima y desarrollando actividades que te entregan tanto como para que dejes de sentir que él es centro de tu vida”. Y me dicen “No tengo tiempo, trabajo todo el día” “¡Pero haz algo que te dé placer! ¡Métete 24 horas en un cine, aunque sea, para no sofocarlo!” Y se enfadan, diciendo que no comprendo que ellas están llenas de amor para dar, y que él no lo ha percibido, quizás porque deben darle aún más amor .¡Craso error!
Una muchacha me contó que antes de irse de viaje por dos meses, se tomó el trabajo chino de escribir sesenta cartitas y sesenta sobres para que su novio abriera una por día en ausencia de ella. Algunas llevaban fotos, otras llevaban poemas, otras bombones y besos impresos con lápiz labial. La idea parece deliciosa… ¡pero imagina a un hombre que ni siquiera recuerda tomar sus medicamentos diarios para la hipertensión, obligado a abrir un sobre por día para recibir el amor de su mujer! Le dije que eso me sonaba a tortura de Guantánamo, y me dijo que a ella le parecía lo más dulce que podía hacer. Le respondí: “No creo que ni tú misma hubieras sido feliz sujeta a esa obligación de abrir una cartita empalagosa por día. Lo mejor hubiera sido escribirle una sola, o no escribirle nada… ¡Los hombres odian leer!”. Creo que se ofendió porque no me respondió. Pero luego de su viaje me escribió otra vez diciendo que, a su regreso, él le había dicho “¿Las cartas? ¡Oh, sí! Disculpa, no he tenido mucho tiempo, sólo he abierto tres. Cuando vengas a casa leemos juntos las otras 57… ¿quieres?” Me dio la razón de que se había esmerado demasiado. Esmerarse es bueno para coser un vestido o para preparar un postre, pero en cuestiones de amor siempre es un desatino.
Asimismo, al contrario de lo que se considera erróneamente romántico, desaconsejo rotundamente las llegadas sorpresa o las visitas sorpresa.
No lo visites de sorpresa, ni a su casa, ni a su trabajo ni a otra ciudad. Por mas que te tiente ver su expresión de sorpresa, no lo hagas. Ningún hombre estará encantando con esa llegada súbita. En primer lugar, porque más que sorpresa es una invasión. Él está con otra gente, con la cabeza en otras cosas y ni siquiera pudo hacerse la idea de “desenchufarse” preparándose para el encuentro. Lo más probable, además, es que lo veas rodeado por sus colegas coqueteando con él o cambiando información que no te atañe. Así que lo que parecía una idea romántica se torna en una pesadilla inoportuna. Repito: NO A LAS SORPRESAS. Si quieres ir a verlo, llámalo, avísale, y haz como le dice el zorro al principito en el libro de Antoine de Saint Exupery: “si me avisas que vienes a las cuatro, yo desde las tres comenzaré a ser feliz. Al llegar a las cuatro, me agitaré e inquietaré: descubriré el precio de la felicidad. Pero si vienes en cualquier momento, nunca saber a qué hora preparar mi corazón.”
Tampoco es buena idea programar una salida romántica para el aniversario del primer beso o algo así. Generalmente la fecha te toma agotada, en una noche de lluvia, sin tener con quien dejar a los niños y con todos los restaurantes llenos. Y si planeas hacer una cena especial en casa, tu estarás agotada por el trabajo en la cocina y el dirá “por favor, enciende las luces que con estas velas no veo ni lo que estoy comiendo”… ¡Uf! Nada obligatorio es romántico.
Dos cosas que hacen que unen a la pareja para siempre


El romance es otra cosa.
Es hacer el esfuerzo de estar bien. Es reírse de todos los chistes que él haga, por tontos que sean. Es darle besos que duren 30 segundos como mínimo (menos que eso, son de compromiso). Es ponerle la mano en la espalda cada vez que paseas cerca de él. Es pedirle disculpas cuando metes la pata.
¿Pero cómo se hace para conservar el amor?
De dos maneras simples:

1) Haciéndole sentir al otro que al llegar a ti llega a un refugio de paz y comprensión: que sepa que si no lo entiendes, al menos haces el esfuerzo por ponerte en su lugar . .

2) Teniendo un proyecto junto:
Tanto puede ser criar un cachorro, cambiar el auto, construir una cabaña junto al mar, reparar la puerta rota , plantar flores en el jardín…o hasta romperle la puerta y el jardín del vecino. Lo importante es tener un objetivo a largo plazo que los llenará de complicidad al saber que pueden concretar sueños en común.

Los hijos también son un proyecto común, y por supuesto que une a la pareja con la expectativa de que crezcan sanos e independientes. Aunque esa expectativa se demora tanto que un hijo les da un 90% de frustración porque no crecen. Pero cuando tus hijos te enfrentan haciendo lo contrario de lo que esperas de ellos, la única manera de no volverte loca es contar con la complicidad de tu hombre para encarrilarlos. Formar con tu marido un frente de guerra para atrincherarse contra los hijos te da la mayor sensación e unión que habrás sentido jamás con una persona. A veces me pregunto si los hijos no nos hacen la vida imposible justamente para mantener el matrimonio unido:

- ¡Mira, papá y mamá están discutiendo demasiado!
- ¡Rápido, arroja el celular al retrete, desaparezcamos de casa por el techo y lleguemos mañana a las dos de la tarde sin avisar dónde hemos estado y con olor a alcohol y tabaco!

Seguramente, si hacen eso olvidas al instante el plan de divorciarte. ¿cómo vas a quedarte sola en casa esperando que te llame la policía diciendo que encontraron a tu hijo de 15 años borracho en el medio de la calle? ¿Serías capaz de regañarlos tú sola por la hora de llegada y por haber arrojado al retrete otro teléfono móvil? No: mejor que esté tu marido presente. El amor también es compartir los disgustos 0 y 50

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