miércoles, 2 de septiembre de 2009

Soñando con el hombre perfecto


Modelos equivocados
Las mujeres de hoy somos nietas de mujeres que se casaban con el primer hombre que las cortejaba con cierta insistencia y que demostraba tener la perseverancia de esperarlas con flores en una esquina, aunque lloviera y ella lo dejara plantado tres veces porque no quedaba bien que una chica “de su casa” asistiera ansiosa y puntualmente a las primeras citas con un hombre.
Nuestras madres ya habían empezado a obnubilar su percepción femenina con las películas de cine.
Errol Flynn, Montgomery Cliff, Cary Grant y Clark Gable ( la mitad de ellos gays) ya les habían empezado a pudrir el seso con escenas desgarradoras que mostraban que un amor no es tal si no te cuesta perder una herencia, remar el océano y arruinarte la juventud rompiendo corazones propios y ajenos.
Nuestras madres tenían forrado el interior de sus placares con fotos de actrices de jopo imperturbable, tetas pinchudas y cinturas de avispa( como tenía que ser una mujer en esa época), junto a rostros de muchachos de pelo brillante de gomina, bigotitos finitos y mirada indiferente para saber a quién buscar para casarse: hombre rudos, machos, y eternamente enojados, estilo John Wayne .
Claro que en ese entonces ellas tampoco sabían que John Wayne se hizo el macho por no hacerse gay, él también. Su madre lo llamó Marion, (nombre de nena) porque lo odió desde que nació, ya que ella quería una nena, no un tercer varón. El niño Marion recibió burlas de todo tipo hasta que se escapó a Hollywood y filmó dos millones de películas baratas, cada una en tres días, por las que cobraba monedas.
Lo que lo hizo famoso fue que en una América empobrecida por la guerra, él filmó más bodrios que nadie. Y tantas películas hizo, que plasmó la idea de que el verdadero macho es ese: un tío traumatizado por una madre que lo odiaba, y que se salvó de ser gay por andar con una pistola de mentira matando indios a diestra y siniestra. Después se casó con una peruana que lo trataba como un bebé y le limaba las uñas de los pies: la mamá que nunca tuvo. Pero esa es otra historia.
Lo lamentable del caso es que John Wayne, con sus complejos, nos arruinó la vida a la mitad de las mujeres del planeta, por servir de modelo a otros tantos tipos traumatizados que lo imitaban, creyendo que ser macho es ser rudo y soberbio.
Nos costó décadas convencer a los hombres que nos cruzamos en nuestra vida de que las mujeres no queremos hombres duros que hablan con monosílabos, sino hombres tiernos, sensibles y amorosos que se sienten a dialogar.
Mientras las mujeres de esa época se hacían señoritas, fueron cerrando cines en todas las ciudades del mundo, reemplazados por el video y la televisión .
Sin cines donde exhibieran sus bodriazos, John Wayne dejó de ser la amenaza mayor.
Si Hollywood fue la escuela amorosa de nuestras madres, las hijas tuvimos una escuela aún peor: la omnipresente televisión.

Machos de pantalla
Las adultas actuales somos la generación de la televisión . La caja boba nos llenó la cabeza de imágenes tan perfectas como hubiéramos querido que fuese la vida misma.
Nuestra vida amorosa estuvo signada por los modelos que nos imponían las series norteamericanas.
¿Quién no quería tener un hogar perfecto como la casa de Doris Day y Rock Hudson , vestidos evaseé, peinados bocha con spray, hijos pecosos e inocentes, jardines que florecen sin abono, escaleras blancas y teléfonos donde las llamadas siempre dan sorpresas agradables, y un marido guapo y viril como Rock Hudson ( que era gay)?
Soñábamos tener un novio rubio con ojos celestes, con quien tendríamos una hija llamada Wendy y viviríamos en una casa de madera blanca con un porche con una hamaca colgante y una nevera llena de emparedados y malteadas. Tendríamos un perro llamado Lassie, un caballo parlante llamado Mister Ed e iríamos de vacaciones a Disneylandia.
A las chicas de nuestra generación, las series americanas nos enseñaron que los hombres se dividían en varias clases. Estaban los bellos, valientes, serios y parcos como el Ben Casey, el Dr Kildare o El Fugitivo, Batman o El Zorro. Estaban los divertidos y simpáticos como Dick Van Dyke, Desi Arnaz en “Yo quiero a Lucy”, y el marido de Hechizada. Estaban los elegantes, sabios y perfectos como Rock Hudson , Lloyd Bridges en “Caza Submarina”, como Guy Williams en “ Perdidos en el espacio”, como David Carradine en “Kung Fu”.
Y estaban los playboys como Robert Wagner en “El Santo” y como Roger Moore en “Ladrón sin destino”.

Al crecer nos dimos cuenta de que, lejos de encontrarnos con esta clase de galanes, lo que hallamos en abundancia son hombres como Jerry Lewis y El Sargento García.
No hacía falta mirar mucha televisión para caer bajo su nefasta influencia.
Cuando un galán americano mira fijo a una nena de nueve años por tercer día consecutivo, la vida de la nena ya está marcada para siempre.
De chica estuve perdidamente enamorada de las largas pestañas negras de Ben Casey, el doctor encarnado por Vincent Edwards, de quien George Clooney no es más que una copia reblandecida.
Ben Casey era el cirujano estrella de una clínica llena de enfermeras sexys a los que él no les dirigía otra palabra más que “ Intérnelo”, o “Dele el alta”. La cara de este actor era preciosa, pero no había mucha diferencia entre mirarlo en la tele y mirarlo en una foto de TV Guía. El era lo más frío y distante que pueda existir . No tenía vida privada, no se enamoraba, no tocaba a la enfermera ni con un palo de tres metros...¡ El tipo era de lo más aburrido!
Entonces le fui infiel: me enamoré del Zorro. Mejor dicho, de Guy Williams y su sonrisa permanente, sus tropelías en Monterrey y sus picardías como marcarle la “Z” en la espalda al malo de cada capítulo. La televisión también nos enseñó que los hombres son valientes y útiles sólo cuando están en acción y enmascarados detrás de un antifaz. Apenas se quitan el disfraz y dejan de trabajar, son torpes, tontos y aburridos, como Superman convertido en Clark Kent . Igual que nuestros maridos cuando dejan la corbata y el attaché para caer catatónicos en el sillón del living a mirar en la tele a las mujeres que muestran como deberíamos ser nosotras: todas flacas , rubias de pelo lacio, ojos celestes y escotes de verano en pleno invierno , que beben whisky escocés sin emborracharse, fuman cigarrillos rubios sin contraer cáncer y conducen lustrosos autos deportivos a excesiva velocidad sin que las detenga ningún móvil policial.


Perdido en el espacio
Cuando descubrí que mi querido Guy Williams- que era hijo de sicilianos y se llamaba Armando Catalano- también era protagonista de Perdidos en el Espacio, una serie donde una familia entera deambulaba por planetas extraños buscando hacer contacto imposible con una Tierra lejana, me volví aún más loca de amor por él .
Mi única meta era casarme con Guy Williams, enamorada como estaba de su doble personalidad de padre protector en el espacio sideral y justiciero pícaro en la colonia española.
Me costó años convencerme de que Guy Williams vivía en Estados Unidos , era un actor famoso, y no le daría un segundo de atención a una niña de diez años que gustosamente le hubiera limado las uñas de los pies.
Entonces traté de olvidarlo, y de convencerme de que era más posible que me fletaran a Júpiter en un cohete espacial que conocerlo personalmente al lindo de Guy.
Y de pronto, años después, la vida misma me dio un golpe en la nuca , cuando me enteré por los diarios, demasiado tarde ya , que mi amado Guy Williams, no sólo había vivido los últimos años de su vida en un departamento cerca de mi casa en Buenos Aires, sino que acababa de morir solo en mi propia ciudad natal.
No sólo se había quedado trabajando en mi país , haciendo el papel de El Zorro en circos que recorrían la provincia, sino que hasta me contaron que había tenido un idilio con una actriz porteña.
Para mí fue una enorme ironía del destino enterarme de que el hombre que descarté de mis sueños por inalcanzable, hubiera muerto solo , y a pasos de mi casa. Y quise creer que fui yo la que lo atraje con mis pensamientos... pero como no me encontró, murió de pena.
Creo que me pasé media vida buscando un hombre lindo, eficiente y frío como Ben Casey. Lo encontré y al tiempo todo terminó, con mi corazón escarchado de tanta frialdad.
Luego me pasé otra media vida buscando uno encantador y divertido como El Zorro. Pero lo que encontré fue hombres con la misma doble personalidad: te enamoran mostrándose audaces como El Zorro, para volverse como Don Diego de La Vega, tímidos y apocados, cuando les conviene. Encima se esconden detrás de un antifaz, desaparecen de noche, y con su espada te marcan la “Z” de “zonza”.
Finalmente me dediqué a buscar un hombre que sea amable, valiente y paternal como Guy Williams en “ Perdidos en el Espacio”.
No creo que existan , pero que los hay , los hay, si ...¡perdidos en el espacio!