lunes, 10 de noviembre de 2008

Comunicándose sin palabras


Estar con un hombre implica tener la capacidad de saber comunicarse sin palabras, como hacen ellos.
Ellos no te dicen “soy feliz”, sino que dicen “¡Ahhhhhhh!” mientras se tumban en un sofá.
No se ofenden: dicen “Uf”.
No te dicen que te aprecian; te guiñan el ojo.
No te dicen que estás bonita: te lanzan un silbido.
No te dicen que están deprimidos u ofendidos: se duermen.
Y si se conmueven, te abrazan.
Nadie le presta mucha atención a los abrazos, pero los abrazos tienen el poder de convertir un mal día en un día luminoso. Los abrazos salen del corazón. Un beso, un apretón de manos o una sonrisa se pueden fingir… ¡pero es muy difícil fingir un abrazo! Alguien podrá decirnos “¿Quien te dio permiso para darme un beso?”, pero es mucho más raro que alguien nos diga “¿Quién te dio permiso para abrazarme?”. Porque un abrazo siempre sienta bien. No es una demanda sexual, como puede ser un ambivalente beso, sino una señal de afecto personal puro. Siempre es lindo que te abracen.
Tengo la impresión de que si las mujeres van tan seguido a la peluquería, al gimnasio y a la masajista, no es porque quieran tener el pelo en perfectas condiciones ni la piel tonificada, sino porque no tienen quién las abrace, Al menos éstos profesionales las tocan (¡y hasta les cobran por hacerlo!). Muchos jóvenes tienen un debut sexual precoz no por sus urgencias sexuales sino porque necesitaban que alguien los abrace”.
Y si miramos al reino animal, ellos no paran de abrazarse: el elefante engancha su trompa en el de adelante o el de atrás, y leones, gorilas y focas andan siempre unos encima de los otros, abrazándose y toqueteándose para reafirmar su identidad, su seguridad y su autoestima. Estar pegoteados significa sobrevivir, porque los depredadores buscan a los solitarios rezagados. Estar juntos da una sensación de bienestar.
Del mismo modo, un hombre se siente mejor si lo abrazas, o al menos lo tomas del brazo andando por la calle. Hay investigaciones que demostraron que después de un abrazo de 20 segundos, el cerebro segrega una hormona llamada oxitocina que nos hace sentir intensamente ligados a quien nos abrazó. Así que basta un abrazo de 20 segundos para que todo ande bien en la pareja. Aunque él – como todo hombre - no pueda definir bien qué es.

¿Por qué los hombres no hablan?


"Un estudio del Washington Post dice que las mujeres tienen mejores habilidades verbales que los hombres. Yo solo quiero decirle a los autores de ese estudio: Uh."-Conan O'Brien

Optimum est pati quod emendare non possis. ("Cuando no se puede corregir algo, lo mejor es saberlo sufrir.") Seneca


Hombres silenciosos:
“Mi marido no me habla”es el motivo de queja de la mayoría de las mujeres. Esperas que llegue el final del día para reencontrarte con él, y cuando le preguntas cómo le ha ido, él te responde “Bien” y enciende la tele. Si quieres hablar con el a la mañana, se escuda detrás del periódico. Una cantidad enorme de mujeres se separan de sus maridos, hartas de sentirse rodeadas de silencio. Pero así no resuelven nada, ya que con cualquier otro nuevo amor se repite la misma historia: “Mi primer marido no me hablaba. El segundo, me habla menos.”
Tampoco es que ningún hombre habla. Muchos hablan tanto que no te escuchan.
El problema es que para los hombres el silencio es paz y relax, y para las mujeres el silencio es tedio y problemas. ¿Qué mujer puede- como hacen ellos - mirar televisión con un amigo, en total silencio por horas sin pensar "Debe estar enojado conmigo”?
Asumir que los hombres no saben dialogar como las mujeres es lo primero que debes tener en cuenta para poder congeniar con ellos.
Pero hay trucos para hacerlos hablar, que ahora te diré


Pobrecitos sus cerebros

No puedes enojarte con un hombre porque no te hable, porque si no puede hacerlo es porque tiene el cerebro dividido. Ya se sabe que el hemisferio cerebral izquierdo es el de la imaginación, la creatividad, la central procesadora de emociones, mientras que el derecho es el cerebro práctico, el de la coordinación psicomotriz (útil para los deportes), el que calcula riesgos y medidas a tomar, y el de la razón.
Entre medio de los hemisferios cerebrales está el cuerpo calloso, que es un grupo de conducciones nerviosas que sirve de puente entre ambos lados. Esta parte del cerebro es mayor y está más desarrollado en la mujer, lo que implica una mayor capacidad de comunicación.
Las mujeres tenemos un cerebro más unificado, más globalizado. O sea que las mujeres podemos razonar y sentir al mismo tiempo —y colar los fideos y atender el teléfono—, y podemos expresar con palabras lo que sentimos. Tenemos muchas más neuronas dedicadas al lenguaje y a la observación de emociones ajenas Usamos ambos hemisferios (lo que favorece la capacidad verbal) y esto nos permite realizar tantas acciones a la vez, que necesitamos comunicarnos para liberar tensión.
Los hombres, en cambio, en lugar de un puente de carne entre ambos hemisferios, tienen un enorme abismo. Los hombres razonan o sienten. Como no puedes pedirles que hagan ambas cosas a la vez, o hablan, o piensan. De ahí que nuestra famosa pregunta "¿en qué estás pensando?", sea inevitablemente respondida por los hombres con un parco "en nada". ¿Es que ponen la mente en blanco en segundos, cuando a nosotras nos llevaría años de entrenamiento en meditación con un monje tibetano? ¿Cómo se puede pensar “en nada”?
La neuropsiquiatra americana Louann Brizendine - de la universidad de Yale, autora de “The Female Brain” (“El cerebro femenino”) - afirma “las mujeres tienen en el cerebro autopistas de ocho carriles para procesar emociones, mientras los hombres tienen un sendero de montaña”. Nuestras emociones son Ferraris, la de ellos, carretillas.
Como los hombres hablan poco, las mujeres piensan que hablan en clave. Y se obsesionan por decodificarlos como si fueran jeroglíficos egipcios, tratando de descubrir qué habrá querido decir él cuando dijo tal cosa. Y en verdad los hombres nunca te quieren decir “algo”; te lo dicen, o no te lo dicen. Los hombres no son complicados, sino obvios. Cuando los ves callados, con la mirada perdida, no están meditando en el futuro de ambos: están con la mente en blanco, pensando en nada .Así que ya sabes: si un hombre no te dice nada, no es que esté enfadada: es que no tiene nada que decir.
Entonces, ¿por qué quieres que te hable?


¿Qué hay que hablar tanto?


Las mujeres en cambio, pensamos tanto, que la única manera de callar ese barullo mental es pensar en voz alta, largando todo afuera. Necesitamos hablar para comparar lo que pensamos con lo que piensa otro, y para que nos ayude a tomar decisiones con sus respuestas. . Si un hombre nos responde a todo “Ajá”, no nos ayuda en este proceso, y nos empezamos a impacientar. ¿Por qué queremos hablar las mujeres? ¡Para sentir que pertenecemos a la especie humana! ¿Si no, que diferencia habría entre dos camellos y dos personas? ¡Las personas hablan! Salvo tu marido, que tiene más de camello que de persona…
.Por eso muchas mujeres, para saber si él las escucha, les preguntan cada tanto “¿me estas escuchando?”. Y cuando él dice “claro que te escucho”, los ponen a prueba diciendo “A ver repíteme todo lo que acabo de decir”. Y ellos lo repiten como un loro, sin percatarse del significado de las palabras: “has dicho “me enamoré de mi profesor de tenis y vendí tu auto para irme con él a conocer París… ¿Ves como te escuch…? ¿Ehhh? ¿QUE HAS DICHO?”
Conversar es revelarle al otro lo que pasa en los rincones más recónditos de tu cerebro. Es un acto de intimidad. A ellos, la intimidad lo asusta: A las niñas se les regalan bebés de juguete, perritos, ositos y muñequitas decoradas con corazones. A los niños se les regalan ametralladoras y robots… ¡y ningún corazón! Los niños crecen perdiendo contacto con sus sentimientos. Por ende, todo acto de intimidad – sea una conversación, una relación sentimental o una noche de sexo- los compromete en un área oscura que no saben manejar, la de las emociones.
Desde pequeños, los hombres buscan diferenciarse de la madre, demostrándole que son bien distintos y hasta superiores a ella. Lástima que como no crecen nunca, llevan esa actitud a todas sus relaciones con las mujeres, confundiendo a sus parejas con madres postizas. Es por eso que apenas llega te dice “¿Qué hay de comer?”, a lo que – para hacer juego con esa pregunta tan infantil - habría que responderles: “Hoy no tuve tiempo de cocinar, así que te amamantaré”.
Conversar significa exhibir dudas. Los hombres se resisten a ir a un analista porque eso también significa hablar, y reconocer que necesitan ayuda. Como dice John Gray: “Cuando un hombre no encuentra solución, busca una distracción”[CVK1] . Y para ventilar sus problemas, se van a jugar al billar.
Los hombres siempre quieren llevar la conversación al terreno de lo concreto, que es lo que pueden dominar. Cuando les queremos contar acerca de algo que nos conmueve, nos contestan con un chiste, que es lo que sí puede dominar.
Cuando les contamos un problema para que nos den consuelo, nos dan consejos prácticos, que nos hacen sentir que nos creen tontas. Las mujeres les hablamos a los hombres con el hemisferio cerebral derecho, el de la sensibilidad, y ellos nos responden con el izquierdo, el de la practicidad.
Para colmo, las mujeres no son escuchadas en nuestra cultura patriarcal. Tal vez esto se deba a que durante siglos se supuso que no teníamos nada importante que transmitir. Somos constantemente interrumpidas o parafraseadas, sin que nos den el crédito de los que dijimos. A mi me ha sucedido: hago un chiste ante un grupo de hombres, y todos lo ignoran, hasta que uno de ellos lo repite con su vozarrón de macho, y todos le festejan a carcajadas la que era mi ocurrencia. Si digo “¡Oigan, esa broma era mía!”me miran espantados como diciendo “¿Cómo se te ocurre? ¡Los chistes los hacemos nosotros!”. Para ellos, la mujer con sentido del humor no es la que hace chistes, sino la que se ríe de los chistes que ellos hacen.
Los hombres no dialogan: intercambian monólogos compitiendo entre ellos. Aun los que hablan de jardinería terminan diciendo “Mi orquídea es más grande que la tuya”
Ellos hablan de negocios o de cosas concretas… ¡pero nadie logra animar una fiesta contando como destapó el inodoro!
Las mujeres son especialistas en el arte de la conversación porque históricamente se encargaron de que lo niños quieran sacar sus pensamientos afuera para que aprendan de una vez a hablar. También estimularon a todos a compartir necesidades y deseos, y llevan las conversaciones al área de las coincidencias mutuas, ya sea para mantener la armonía del grupo, para que todos coman lo mismo y vayan al mismo cine.
Así las cosas, tu marido llega a casa y te ve con el teléfono en la oreja, poniéndote al día con una amiga. Por señas, él te pide que dejes de hablar con tu amiga. Pero no lo haces, porque aunque lo hagas, él no te hablará. Él no entiende qué es esa manía mujeril de “ponerse al día” La vida es un chispazo minúsculo en los miles de millones de años de vida de nuestro planeta, el ser humano es casi un recién llegado a un planeta insignificante y vulgar, que en unos pocos millones de años más estallará tragado por el sol… ¡pero dos amigas tienen que ponerse al día para saber exactamente qué le pasó a cada una en el tiempo en el mes en que no se hablaron!
¿Qué pudo haber pasado en treinta días?
La verdadera pregunta es: ¿Qué no pudo haber pasado?
Las mujeres hablamos mucho, es cierto. Pero lo hacemos para reflexionar en voz alta. Es como que, escuchándonos a nosotras mismas, podemos pensar mejor que rumiando en silencio, como hacen los hombres. Contar las cosas a una amiga cobra doble significado, porque al relato en sí se le suma la cara que pone ella y los comentarios que hace ella, que hace que lo que hemos vivido sea más real y divertido.
En una reunión reciente de amigas, estuvimos una hora y media hablando solamente de hemorroides, propias y ajenas. Luego volvimos a casa y los maridos preguntaron:

- ¿Qué tal la pasaste con las chicas?
- ¡Genial!
- ¿De qué hablaron?
- ¡De hemorroides! ¡No sabes cómo nos hemos divertido!

No se puede describir la cara que pone un hombre con esas repuestas.
La antropóloga Helen Fisher afirma en “El Primer Sexo” que “las mujeres bromean con historias y anécdotas: revelan secretos menores sobre ellas mismas y a menudo se burlan de sí mismas. Estas referencias personales y esta autoburla deja helados a la mayoría de los hombres. Para ellos, esta forma de bromear es inútil y patética. Consideran a las revelaciones personales como algo enteramente inapropiado para el entorno: revelar la vida personal equivale a ser débil y vulnerable.” Fijate que si hablas de las vidas de otros, ellos no quieren escuchar, porque lo consideran un chismerío. Y debes explicarte que preocuparse por los demás no es “entrometerse en sus vidas”.
Ellos, incapaces de comprender para qué tanta comunicación permanente, nos llaman cotorras, cotillas, chismosas, parlanchinas... ¡y mueren siete años antes que nosotras, por no sacarlo todo afuera! Las mujeres hacemos terapia a través de una charla entrañable con las amigas, esas que siempre nos escuchan con toda la atención del mundo. La misma atención que jamás obtendremos de nuestro amor, que generalmente analiza con más interés el contenido de nuestro refrigerador que el contenido de nuestro corazón.
¿Qué importa que no nos comprendan? ¡Nosotras nos divertimos en grande!
He aquí el secreto de la felicidad: un hombre en tu cama y una amiga al teléfono.


Tres maneras de hacer hablar a un hombre


Es tu primera cita con él. El te gusta. Te invita a cenar a un restaurante italiano. Empieza a hablar de sus alergias o de cómo convirtió un galpón en un taller de pintura de automóviles. Como te gusta, disimulas los bostezos y te esfuerzas en mirarlo atenta a los ojos, y haciendo comentarios amables como “¿De veras?” o “¡Qué increíble!”. El habla y habla, mientras se le enfrían los fideos. Tú te limitas a fingirte divertida. Intentas hablar, pero mientras tú hablas, él se concentra en sus fideos. Así, el vuelve a casa sintiendo que ha estado con la mujer más interesante del mundo, porque sabes escuchar, aunque de ti aún no sepa nada Así es como lo has enamorado.
Hoy, diez años más tarde, convives con él y lo quieres. Es más: hasta te invita a una cena romántica, cosa que muchos maridos no hacen. Pero mientras llega el camarero, él sigue hablando de sus alergias. Tú tratas de sacar otro tema y él te dice “No me interrumpas, déjame terminar de hablar.” Hablas de otras cosas y no te sigue, como si le hablaras en finlandés. Entonces comienza a hablar otra vez de algo sobre pintura de autos. En verdad, ese tema es tan recurrente que ya ni lo escuchas…Le dices que pida la cuneta y te dice “Siempre dices que nunca hablo, pero cuando hablo me haces callar”.
A esta altura, un hombre de maravillosa conversación es quien te dice “Bueno, ya basta de hablar de mi. Hablemos de ti: ¿qué opinas tú de mi?”
¿Cómo se resuelve este dilema?
Cambiando tú la manera de comunicarte con él, de estas maneras:

1) Háblale de cosas concretas que requieran acción:
Debes tener presente que los hombres son gente de acción, competitivos, que buscan resultados y soluciones. Entonces no le hables de sentimientos, esperanzas ni sensaciones, sino de cosas que requieran resolverse con la acción.
Así que si el te invita a cenar al romántico restaurante italiano a la luz de las velas, debes hablar de lo práctico, de las cosas que requieren acción y virilidad, como por ejemplo: “¿Cómo haremos para destapar el inodoro en casa?”.

2) Muestra interés en él, en vez de esperar que él se interesen en tus cosas:
Ten en cuenta que a ellos les cuesta horrores mostrar interés en tus cosas, así que no te queda otra que mostrar interés en las cosas de ellos. Por ejemplo “¿Estás de acuerdo o en desacuerdo con dar doble mano de pintura a un auto?”. No te tientes llevando el tema a lo que a ti te interesa, como con quién sale su socio, o si la dueña del Audi se reconcilió con el marido, porque él empezará a aburrirse en una conversación que venía perfecta hablando de solventes y diluyentes varios. Recuerda que estás ahí sólo para hacer que él se sienta fascinante, tomar vino y mirar el reloj a ver cuando llamas a tu amiga… ¡no para que él te comprenda! Ellos funcionan así, desde pequeños. Te lo digo como madre: con mis hijos varones no logro hablar de otra cosa que no sea fútbol, así que he debido informe al respecto para poder comunicarme con ellos. Y a mi hombre no le interesa el fútbol…

3) Sé su compañera, no su madre ni su maestra
Muchas veces él comienza a hablar y tu empiezas a corregirlo por cómo dice tal cosa o por que lo que cuenta que ha hecho debía hacerse de otro modo. ¿Quisieras que tu hombre te dijera cómo hacer algo mejor y en qué te equivocaste? No, sólo quisieras que te escuche. ¿Entonces cómo vas a corregirlo todo el tiempo, indicándole como expresarse o diciéndole lo que hizo mal? Si lo corriges y criticas, es lógico que el piense: “mejor no le cuento nada”


4) Sé paciente con los tiempos masculinos
Las mujeres hablan tres veces mas palabras que los hombres por día. Si la charla es amena, ellas se aceleran y hablan más, mientras los hombres se están esforzando para encontrar las palabras correctas. Como él no está dotado para conversar, le lleva el doble de tiempo formular algo para decir. Déjalo pensar, no le preguntes “¿Y? Estoy esperando…”. No insistas en que él hable más: se cerrará porque le cuesta horrores expresar lo que quiere decir. Tampoco sucumbas a la tentación de completar con tus palabras las frases que él deja incompletas, como cuando él dice “Yo pensé que él me estaba…” y tú completas “…que te estaba estafando, claro”. Aunque aciertes y fuera eso lo que él quería decir, no le estás demostrando que lo comprendes, sino que le quitas estímulo para formular frases enteras. ¿Para qué esforzarse, si tú ya has completado la idea?
Si quieres hablar de algo puntual, es mejor que le anuncies “No me tienes que responder ahora, podemos hablar de esto mañana o pasado”, y que él vaya rumiando la respuesta hasta que esté listo para hablar. Si ves que se agota en medio de una charla, dile “dejamos aquí y seguimos otro día”. Él te lo agradecerá, especialmente si son las tres de la mañana y él debe levantarse a las seis.
Para un hombre, una conversación es más esfuerzo que hachar troncos, y por eso necesita horas para estar preparado. También puedes anticiparle “me gustaría en algún momento conversar contigo; dime en qué momento te parece correcto, no tiene que ser ya, sino cuando tú creas que podemos conversar”. El puede estar listo dentro de unos meses o años, en los que te dirá: “Estoy listo, pero no recuerdo la pregunta… ¿de qué teníamos que hablar?”.

5) Debes formular las preguntas correctas:
Las mujeres ya sabemos que hacer preguntas es la única manera de estimulas la conversación. Entre mujeres nos preguntamos “¿Cómo te fue?”, “¿Qué hiciste hoy?”, “¿Que te parece mi fuente nueva?”…¡y hay para hablar durante varios días seguidos! Pero si le haces esas mismas preguntas a un hombre que, por ejemplo, recién llega a casa del trabajo, te encuentras con éste diálogo:

“¿Qué tal te fue hoy en el trabajo?”
“Bien”.
“¿Qué hiciste?”
“Nada. Lo mismo de siempre”.
“¿Qué te parece esta fuente nueva?”
“¿Qué fuente nueva?”
“Esta, verde fluorescente… ¿no la ves?”
¿No la hemos tenido siempre?”
“No… ¿qué te parece?”
“Bien”.

¿Cuál es el problema aquí? ¿Que tu hombre responde como una persona con parálisis cerebral? No. el problema no son las respuestas, sino que debes mejorar las preguntas.
Hay dos tipos de preguntas: las cerradas y las abiertas. Las preguntas cerradas no estimulan la conversación, porque pueden contestarse con una palabra: “Bien”, “Mal”, “Nada”, “Sí”, “No”. Estas respuestas paralizan la comunicación de manera tal que a ti sólo te queda irte a dormir.
Una pregunta abierta exige más de quien va a responderla, porque saca más información de tu hombre, y por ende lo estimula a comunicarse más profundamente. Te doy ejemplos de preguntas que dispararan la conversación:
“¿Qué fue lo mejor que pasó hoy en el trabajo?”
“Si pudieras hacer algo para mejorar tu trabajo y el dinero no fuera inconveniente, ¿qué sería lo que harías?”
“¿Qué sería lo primero que harías si ganaras la lotería?”
“Si pudieras participar en una película de las que has visto, ¿cuál sería?”
“¿Cuál es el recuerdo favorito de tu niñez?”
“Si pudieras entrar en una máquina del tiempo, ¿qué momento en la historia te gustaría visitar?”
“¿Que es lo que más temes?”
Como ves, el hombre tienen así muchas mas posibilidades para hacer respuestas variadas, aunque sean combinaciones alternas de “No lo sé”, “No recuerdo”, “Ya veré cuando suceda”, “Ni idea”, “Esto parece un interrogatorio policial”, “¿Qué eres? ¿Agente de la GESTAPO o de INTERPOL?” o “Si respondo correctamente, ¿cuál es el premio?”
Aunque seguramente tendrá respuesta para la última pregunta de “¿Qué es lo que más temes?”, pues responderá “Que tú comiences a interrogarme” Esto no significa que un sexo sea superior a otro, sino que tenemos distintos modos de enfrentar al mundo. Si el mundo no es simple, ¿por que la comunicación entre hombre y mujer habría de serlo?