jueves, 13 de agosto de 2009

DIFERENCIAS ENTRE HOMBRES Y MUJERES EN LA PAREJA

• Los hombres ofrecen erróneamente soluciones e invalidan sentimientos mientras que las mujeres ofrecen consejos y orientaciones no solicitadas.
• En cuanto al stress: mientras los hombres tienden a apartarse en forma brusca, y a pensar silenciosamente acerca de lo que los está perturbando, las mujeres sienten una necesidad instintiva de hablar acerca de lo que las perturba.
• Los hombres se sienten estimulados cuando se sienten necesitados, mientras que las mujeres se sienten estimuladas cuando se sienten apreciadas.
• Hombres y mujeres tienen diferentes necesidades de intimidad. Un hombre se acerca pero luego necesita inevitablemente apartarse en forma brusca. Las mujeres experimentan un movimiento de crecimiento y decrecimiento de sus actitudes afectuosas, en un movimiento afectuoso que se encuentra más allá del dominio de su voluntad.
• Los hombres precisan fundamentalmente un amor basado en la confianza, la aceptación y el aprecio. Las mujeres necesitan fundamentalmente un amor basado en la solicitud, la comprensión y el respeto.
John K. Rosemond
EL AMOR DE LOS HOMBRES / EL AMOR DE LAS MUJERES:

DESARROLLO EMOCIONAL Y LA DIVISIÓN DE LOS GÉNEROS
La mayoría de la gente reconoce que los hombres y las mujeres difieren en el modo de experimentar el noviazgo, el matrimonio, la amistad y el amor, así como
también las aventuras. Se comportan de un modo diferente, experimentan diferentes sentimientos y tienen distintas necesidades y expectativas.
Las emociones y la conducta sexual ESTÁN separadas, aunque en general de experimentan como inextricablemente vinculadas.
Por ejemplo, en nuestra sociedad las mujeres son en general las que se ocupan del cuidado de los niños. Pero si un hombre asume este papel, en particular desde el comienzo, es probable que los niños a su cuidado se conviertan en seres emocionalmente diferentes de los niños criados por mujeres. Como mostraremos más adelante, los niños criados por un hombre sustentador pueden llegar a tener más capacidad para conectarse íntima y emocionalmente con los demás que los niños criados por mujeres.
EL DESARROLLO DE LAS NIÑAS O DE LOS NIÑOS
Para formar una relación profunda, necesitamos tener una sensación de nosotros como individuos; necesitamos tener una sensación del yo. Los recién nacidos no la tienen. Responden a lo que se les hace. Sonríen, por ejemplo, en respuesta a una voz suave y familiar. Pero no tienen la percepción de ellos mismos como entidades distintas. Esto sólo se logra a través del intercambio con aquellos que los rodean, en particular los padres y, quizás, hermanos y hermanas. Para la gran mayoría de los niños de nuestra sociedad, la persona más importante que interactúa con ellos es la madre. La sensación del yo se desarrolla en la interacción social con otras personas a lo largo de la vida. Quién nos cuida somos bebés es fundamental para el desarrollo de nuestra sensación del yo. En nuestra sociedad es en general la madre y, de un modo más relevante para este estudio, es en general una mujer. El hecho de que la que se ocupa de los niños sea una mujer afecta tanto la sensación del yo del niño como la forma en que se relaciona con los otros. Esto proviene del hecho de que las madres –o las mujeres que se ocupan de los niños- tratan de un modo diferente a los bebés niños y a las niñas. Después de un tiempo, los bebés empiezan a responder de un modo diferente a las mujeres y a los hombres que los cuidan. Lo que contribuye de un modo más significativo a esta diferencia, como ya han afirmado otros autores, es que la madre se identifica con una niña, y por consiguiente, se siente separada de un niño. Esto es inevitable pues el género es quizá el definidor más importante de cómo experimentamos y vemos el mundo. Desde el comienzo, nuestro género juegta un papel importante en cómo nos relacionamos con nuestra madre –si nosotros (como hijas) nos identificamos con ella o (como hijos) nos sentimos diferentes. El género está también en la raíz de otras diferencia sen el modo de encarar las relaciones. Es, como ya hemos dicho, una característica básica de nuestra experiencia. A causa del género, una persona responde al mundo (inclusive al padre, la madre o quien lo cuida) de un modo particular. En cierta forma, podemos decir que hay dos mundos: uno visto desde la perspectiva de la niña, otro visto desde la perspectiva del niño. Socializamos como niñas o niños. Luego nos comportamos como niños o niñas, y el mundo (incluyendo nuestros padres y quienes nos cuidan) nos responde de un modo acorde. Por eso, vivimos según nuestro género en un mundo que también está escindido por la misma división.
Observaciones realizadas en bebés recién nacidos y la forma en que sus padres los tratan refuerzan esta idea de que la madre puede identificarse –y lo hace- con una niña de un modo que no puede con un niño. Los estudios han demostrado que los dos padres parecen alzar a los niños recién nacidos de un modo más rudo que a las niñas. También hablan más a las niñas que a los niños. Pero lo que es interesante acerca de estos descubrimientos es no sólo el hecho de que ilustran la fuerza de las expectativas de la sociedad respecto de los niños y las niñas, sino también que reflejan el traspaso de mujer a mujer y de hombre a hombre de la imagen que tienen de sí mismos. Es decir, pensamos en nosotros en términos de género –somos, antes que cualquier otra cosa, hombres o mujeres- y el género, a su vez, se nos define a través de la sociedad. Esto es lo que se ve en la forma en que los padres tratan a los recién nacidos.
El efecto de estos cuidados diferenciados según el género es profundo y crea las variantes masculinas/femeninas de las relaciones y de la forma en que los individuos se ven a sí mismos. EN la medida en que las mujeres mantengan la responsabilidad primaria del cuidado de los niños, las niñas, que comparten el género de quienes las cuidan, se experimentarán desde el comienzo como fusionadas en las relaciones, mientras que los niños se experimentarán como separados, del mismo modo que estuvieron separados de quienes los cuidaban. Para nosotros, lo importante aquí es que estas diferencias se convierten luego en propensiones que distinguen la manera en que los sexos se comportan en las relaciones adultas. Cuando examinemos las aventuras en hombres y mujeres, esta tendencia a fundirse o estar separado es fundamental para entender qué piensan hombres y mujeres de sus aventuras y cómo hablan de ellos.
Así como nosotros experimentamos todo a través de nuestro género, el género de la persona que forja nuestra primera relación, cuando nuestra sensación del yo y su relación con los otros está en sus comienzos, marcará una diferencia fundamental. Las actividades, habilidades y actitudes que son consideradas apropiadas para hombres y mujeres no son las mismas en todas las sociedades. Pero en todas las sociedades el género organiza la forma en que se hacen las cosas, y el modo de comportarse. En algunas culturas, por ejemplo, se espera que la mujer sea suave e indulgente, en otras, cabeza dura y con gran determinación. Pero en todos los casos, la vida de la madre conformará las expectativas y experiencias de su hija con una profundidad con que no conformará las de su hijo. En formas tácitas e íntimas, madre e hija van a estar vinculadas. Esto sucederá sin importar lo que venga después. Puede que la niña llegue a ser concertista de piano, cuando la madre no distingue una nota de otra; el niño puede amar la fotografía cuando su madre es directora de cine. Tal vez la madre prefiera al hijo; pero el paralelo se seguirá produciendo con la hija mujer.
Para las niñas, esta primera relación importante con alguien de otro sexo tiene matices sexuales. Una vez más, esto es algo específico de nuestra cultura occidental. El icono popular de la mujer sexualmente deseable es una mujer con características aniñadas, hasta infantiles. Esto señala que consideramos que hay algo sexual en las niñas pequeñas. La diminuta voz de Marilyn Monroe y su hablar ingenuo en la alcoba es una imitación de la forma de hablar de una niña pequeña. No ocurre lo mismo con nuestros sentimientos hacia los niños. Los iconos de la sexualidad masculina no admiten ningún tipo de infantilismos. Los anchos hombros de John Wayne pueden soportar cualquier responsabilidad. Una voz masculina no tiene nada de infantil. Esto no implica que haya una abierta sexualidad en las relaciones padre-hija. Pero existe la sexualidad inconsciente de toda relación hombre-mujer desde el comienzo. Por otro lado, como los niños –con voces chillonas y hombros angostos- no tienen ninguna semejanza con el hombre adulto como objeto sexual de sus madres, ese elemento no está presente en la primera relación mujer-hombre de los niños. Puesto que las niñas aprenden a asumir un papel de sumisión en su primera relación con un hombre, la relación padre-hija, no la relación madre-hijo, tiene la característica de servir de modelo para las futuras relaciones heterosexuales.
Esta característica de establecer una medida para futuras relaciones heterosexuales en las mantenidas por padres e hijas está muy documentada por los hallazgos de estudios dedicados a los efectos del divorcio en los hijos. Cuando el divorcio tiene como resultado que las hijas pierden su relación con los padres, las niñas establecen después malas relaciones con los hombres. Es mucho más probable que tengan una visión negativa del sexo masculino y que fracasen al querer establecer relaciones heterosexuales duraderas y confiables.

No hay comentarios: